Muchas veces escuchamos sobre el poder de los libros, la famosa máxima: El conocimiento es poder. Y sin duda, ¡es cierto! Aunque mejor aún sería decir: El conocimiento aplicado es poder.
Desde muy joven me ha gustado devorar información. No solamente sobre arquitectura, sino de muchos otros temas que me interesan: autoayuda, novelas, negocios, hobbies. Esta afición, sumada a los intereses de mi esposa y de mis hijas, ha conformado una gran cantidad de libros que, hasta hace poco, estaban desperdigados por todos los rincones de la casa, sin orden ni lógica.
Contenedor aspiracional
Desde niño me llamaba la atención que, al visitar a ciertos amigos, particularmente aquellos que venían de familias “más cultas que la mía” siempre encontraba libreros prominentes en sus casas. No necesariamente sabían más que mis propios padres en ciertas cosas (en mi casa siempre hubo muchos libros y revistas de arquitectura), pero sí parecía que en esas familias el interés por el conocimiento, el arte y la cultura se extendía más allá de lo profesional. Era parte del ambiente.
Un común denominador en esas casas eran los libreros, casi siempre de madera, y curiosamente muchos hechos por arquitectos con un estilo muy similar. Coincidía también un estilo de arquitectura: herencias de Luis Barragán, casas con ese espíritu , a veces de autores como Villaseñor, Legorreta y otros. Yo observaba esos libreros con detenimiento, y me podía pasar mucho tiempo revisando lo que la gente leía. Pero también me atraía el librero como objeto en sí mismo, como centro gravitacional de la casa, como contenedor de historias y momentos. Porque en los libreros no sólo habitan libros: también hay fotografías, trofeos, diplomas, recuerdos de viajes y un sinfín de objetos que narran una vida.
El librero como personaje
¿Cuántas veces hemos visto entrevistas en video? (sobre todo desde que Zoom y las videollamadas se volvieron parte del día a día) con un buen librero de fondo? Dotado de libros que, muchas veces, compiten visualmente con quien habla. A veces lo respaldan, lo legitiman. Otras veces, incluso, lo superan. El librero se vuelve co-protagonista.
Me atrevo a decir que el librero (o la biblioteca, según su escala) es el personaje principal de una casa. No es la fachada, ni la escalera, ni la cocina. Es el librero. Y si una casa no tiene un buen librero, le falta un buen personaje. Claro, una alberca puede robar cámara, o una escalera escultórica puede ganar el aplauso. Pero el espíritu de una familia puede estar contenido en un librero. Y eso es más trascendente que cualquier otro elemento estético o funcional.
El librero como soporte familiar
¿Pero cuál es la utilidad de un librero, más allá de presumir tu historia y tu conocimiento en una videollamada?
Hoy se puede argumentar que ya no es necesario: mucho del conocimiento que consumimos está en formato digital, y cada vez más personas han dejado de comprar libros físicos, ya sea por practicidad, por espacio o incluso por conciencia ecológica. Para esta última, hay buenas prácticas: comprar libros usados, buscar ediciones hechas con materiales reciclados.
Pero ¿cuál es el valor del objeto, del libro físico?
En primer lugar, la conexión neurológica con el objeto.
La Ápticidad: Esa capacidad humana de recibir información neurológica a través del tacto, en un mundo digital, es algo que debemos proteger. En un librero se tocan cosas. Se deslizan los dedos sutilmente por los lomos de los libros, casi para sentir el título. Es un juego de seducción (como diría la canción de Soda Stereo). También podemos levantar un retrato de alguna vacación y sonreír. Ojear una página al azar y encontrar una frase que necesitábamos leer. Sacar un disco y ponerlo en la tornamesa (que vive en el mismo librero), mientras leemos los créditos, las letras de las canciones y admiramos el “artwork” del álbum.
Nuestros hijos pueden descubrir cosas que forman parte de su propio cosmos familiar sin que nadie se las explique. Pueden apasionarse por un tema nuevo, o encontrar ayuda en autores que no conocían. El librero recuerda, fomenta e inspira. El librero mantiene esa esencia familiar viva.
El librero como obra - como arraigo
La casa donde vivo con mi familia no la diseñé yo. Es una casa heredada, que hasta hace poco se sentía ajena. Hay muchas cosas que queremos cambiar y rediseñar a nuestro gusto. Pero lo primero que hicimos fue diseñar y construir un gran librero: para contener todas estas historias, estos objetos, este conocimiento que antes estaba diluido por todos lados.
Más allá de su diseño (que creo nos quedó muy bien, y donde finalmente se hizo presente la arquitectura de papá), ese librero se ha convertido en un generador de momentos familiares. Es donde ponemos las obras de arte que hacen mis hijas en la escuela, donde suena la música los fines de semana, donde a veces nos encontramos divagando con la mirada o recorriendo los títulos con los dedos, buscando algo que nos detone una idea o nos ayude a resolver una duda.
Hay épocas en las que sentimos que lo tenemos todo, o que nos falta mucho. Pero siempre podemos reencontrarnos y ver lo que hemos hecho, en un librero.
Lo mismo pienso! Siempre que recuerdo mis casas favoritas hay libreros, es más, siempre me parecieron extrañas las casas sin libreros, pero creo que al final es el interés del hogar por los libros
Que inspiración, que bonito.
Me llegó la parte de “y si una casa no tiene un buen librero, le falta un buen personaje….”
Yo en lo personal, amo la sensación de pasar las hojas. Y el olor de cada tipo de libro, porque son diferentes.
Beso.